UNA COLUMNA DE MIÉRCOLES

Más allá de la teoría del caos

Por Javier Arias
javierarias@eldigito.com

Cada uno tiene sus cosas favoritas, por ejemplo, a mí me gustan más las milanesas que los zapallitos, o viajar a comprarme ropa. Y así ando todo zaparrastroso y gordo, pero ese es otro tema.
Para Sartre, casualmente uno de mis pensadores favoritos, la libertad es la categoría antropológica fundamental, o sea, el hombre no es consecuencia de ningún determinismo, ni biológico, ni histórico, ni social, ni teológico, ni nada; sino que es una consecuencia de lo que él mismo ha decidido ser. Pero, obviamente nada es gratis y esa libertad, como los superpoderes del hombre araña, traen responsabilidades, en este caso consecuencias, tres para ser exactos, la angustia, el desamparo y la desesperación.
Y para el bueno de Jean-Paul, la angustia era el sentimiento más importante, porque nos paraliza y nos conmueve profundamente, una angustia que va más allá de nada concreto, convirtiéndose en un miedo ancestral a uno mismo, a nuestras decisiones, y a las consecuencias de esas decisiones.
Una angustia que me ataca, por ejemplo, cuando en un menú hay más de seis páginas de opciones, ¿quién puede decidir entre sesenta y seis alternativas distintas de alimentos?, por eso me gustan las milanesas.
Y así vamos por la vida, creando multiversos a cada paso, como nos enseñaron todas las películas de ciencia ficción, generando tantas realidades como decisiones tomamos. Y no digo esto para angustiarme aún más reconociendo la responsabilidad de nuestras elecciones en la vida de miles de millones, cual mariposa del caos, sino para aceptar esta realidad que nos toca y que, paradójicamente, es una sola.
Porque, como les decía, todos tenemos nuestras cosas favoritas, tengo un amigo, por ejemplo, que al fernet lo hace casi cincuenta y cincuenta, y eso sí que tiene consecuencias, ya no sartrianas ni mucho menos epistemológicas. Y en base a ese marco teórico de nuestras predilecciones es que vamos optando por una cosa u otra, pero convengamos que algunas opciones son más trascendentales que otras. Como cuando en un ataque de determinismo histórico decidimos dejar los pagos de nuestros ancestros y radicarnos en esta Patagonia hoy tan nuestra como la tierra que entra por debajo de la puerta cuando se levanta viento, esa sí que fue una decisión. No tanto como la de esta mañana, cuando terminé tirando esa remera que amaba pero que se sostenía únicamente por mi deseo. Fueron dos decisiones distintas, definitivamente, aunque la segunda todavía me la estoy planteando.
Porque a veces el leve aleteo de las alas de una mariposa se puede sentir al otro lado del mundo y hasta generar un tsunami, según dicen, pero, no me jodan, es mucho más determinante el paso de los elefantes a nuestras espaldas.
Entonces llega un punto donde tanto existencialismo nos enfrenta con una encrucijada que no podemos dejar pasar a la ligera, donde deberemos elegir entre estampar la mariposa contra la ventana de la cocina o dejar pasar los elefantes, sabiendo que atrás de esos elefantes vienen las elefantas, los payasos, los enanos y todo el resto del circo.
Así que, señores, como dijo Sartre, soñar en teoría, es vivir un poco, pero vivir soñando es no existir, vamos a tener que empezar a existir más y soñar menos, y de una vez por todas desestimar la angustia de bajar de un papirotazo a esa mariposa y mandar a los elefantes a su casa.

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