CREER O REVENTAR

El asombroso legado científico del Apolo 11

Aunque el reto planteado por Kennedy en 1961 de enviar un hombre a la Luna no respondía a un proyecto científico, el Apolo 11 acabaría teniendo un impacto enorme en el estudio astrofísico del sistema Tierra-Luna. Tras su estancia de 21 horas y 36 minutos en el Mar de la Tranquilidad, los astronautas regresaron a la Tierra con 22 kilos de rocas y otros materiales del suelo lunar (regolito), un tesoro de valor incalculable para la comunidad científica.
Previamente al alunizaje, NASA había enviado una convocatoria internacional a investigadores dispuestos a realizar estudios sobre muestras lunares. Se seleccionaron unos 140 proyectos, elaborados por científicos de diferentes países, orientados a estudiar la mineralogía, la composición química y las razones isotópicas de la superficie de nuestro satélite.

Toma de muestras y análisis

Tras el triunfante regreso del Apolo 11 a la Tierra, cada uno de estos investigadores recibió en Houston, en septiembre de 1969, unos escasos gramos de material lunar para su estudio. Podrían examinarlos durante cuatro meses, pues NASA les impuso devolver las muestras a Houston el 5 de enero de 1970. E inmediatamente tras devolver las muestras se organizaría un congreso internacional, también en Houston, en el que los científicos expondrían los resultados obtenidos a partir de sus análisis.
Así pues los investigadores se apresuraron a fotografiar, preparar muestras para los microscopios y analizar aquellos pequeños tesoros con todas las técnicas disponibles en sus laboratorios. No se encontró agua ni ningún signo de vida, pero afortunadamente no todo el material era un monótono polvo mineral como algunos habían temido, si no que las muestras contenían rocas en miniatura de texturas y composiciones diferentes.

Presencia de anortosita

Algunas de estas mini-rocas se habían formado a partir de fragmentos de rocas más antiguas, o de pequeños granos de polvo, que habían sido aglomerados por el bombardeo de grandes meteoritos. Otras eran vidrios y basaltos oscuros formados tras la solidificación de lava líquida, similares a los que se encuentran en los lugares volcánicos de la Tierra. Y, final y sorprendentemente, también se encontraban partículas de anortosita, una roca ígnea blanco-grisácea formada principalmente por el mineral plagioclasa que es rico en aluminio y calcio.
El encontrar esta roca de color claro en el lugar de alunizaje del Apolo 11 resultó desconcertante. Los mares lunares son muy oscuros, así que la anortosita debía de proceder de las tierras altas (‘terrae’) que tienen un color blanquecino. Para comprobar si esta roca era abundante sólo sobre la pequeña zona examinada por el Apolo 11, o si era común en todo el suelo lunar, los investigadores acudieron a datos obtenidos por misiones anteriores, como la Surveyor 7 que había examinado la capa de material depositada sobre el cráter Tycho. Aquellos datos no habían sido concluyentes sobre su composición, pero ahora se constataba que la presencia de anortosita los explicaba perfectamente.

Una inmensa masa de magma

Muy pronto, el astrogeólogo John Wood (del Smithsonian Astrophysical Observatory, EEUU) y sus colegas llegaron a una conclusión certera: una corteza de anortosita de unos 25 kms. de espesor parecía cubrir toda la superficie de la Luna, excepto en los lugares donde los grandes impactos de meteoritos habían creado agujeros que, a continuación, se habían rellenado con lava.
El origen de esta corteza de anortosita ígnea era un completo misterio. Debía de haberse formado tras la solidificación de una cantidad colosal de magma. En efecto, un océano de magma se estratifica dejando que materiales más densos, como el olivino y el piroxeno, se hundan para dejar que los más ligeros, como la anortosita, afloren a la superficie. Para formar una capa de 25 kms. de espesor de este material, resulta que, prácticamente, toda la Luna debía haber sido una vez una inmensa masa de magma.

Fuente: El Mundo

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