Página de cuento 751

Sapoman vs Faceman – Parte 29

Por Carlos Alberto Nacher
Cnacher1@hotmail.com

Sapoman ganó la calle, atrás quedaba, incendiándose con sus propias grasas, la guarida de los Avomitables. Pero no estaban vencidos, sólo se estaban reagrupando. Sapoman sabía eso. Los Avomitables son invencibles, son eternos, renacen en otras sectas burocráticas que se pliegan a los gobiernos de turno para, desde lo más profundo de sus estructuras, como un virus que se instala escondido y actúa de manera sorpresiva y subrepticiamente, y vuelven una y otra vez a pergeñar sus hazañas catastrófica, sus visiones negativas del mundo, sus angustias y sus miedos, y los esparcen por todos lados, a pesar de que tantos sapomanes intentaran evitarlo y destruirlos para siempre. Eso no se puede, eso no está ni estará escrito nunca en la historia de ninguna nación del mundo civilizado.
Operador Veloz rápidamente cosía a los perros mutilados, y reconstruía a sus amigos, incluso a Hombre al Agua, sentado en un costado, deprimido. No daba abasto, un sinfín de explosiones, detonaciones producidas por pechos de siliconas alcanzadas por las lenguas de fuego azul azotaban al cielorraso hasta romperlo y explotar y volar hacia el cielo, como fuegos artificiales, las tetas de goma eran lanzadas al firmamento.
Como en una escena final de una película de superacción, Sapoman escapaba de aquel infierno de fuego, perros y siliconas, su cara desfigurada en primer plano, con quemaduras de tercer grado, mientras, tras él, literalmente explotaba el Palacio de las Tetas, y las mismas impactaban, luego de un vuelo parabólico, contra las paredes de los edificios vecinos, reventando.
Sapoman corrió a toda velocidad hasta llegar a la puerta del negocio de antiguedades “Palmó la abuela”. Entró. A lo lejos, en un autoestéreo inverosímil, sonaba la canción “Qué jamones” del afamado grupo de música pop Kool and the gang.
Ya dentro del anticuario, buscando refugio, tropezó con una caja llena de dentaduras postizas.
Todo era irreal, nada era virtual. Nada contaba con la realidad irrefutable de la virtualidad. En esos momentos era cuando Sapoman lamentaba haberse despojado de Faceman, quien, entre megustas, posts, y otras aberraciones redilsociales, rápidamente hubiera comprendido todo aquello.
Sin embargo, en aquel sitio encontró muchas cosas que lo ayudaban a comprender: un juego de café de 16 piezas de porcelana Yamagochi, una hermosa sopera de Verbano, una tijera de metal con bajorrelieves, una máquina de coser a pedal, la colección completa de la revista Tit Bits de la década del cuarenta, y lo más importante: la primera publicación de la historieta Cabo Savino en una revista El Tony de 1963.
Continuará…

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