Página de cuento 752

Sapoman vs Faceman – Parte 30

Por Carlos Alberto Nacher
Cnacher1@hotmail.com

Nada de aquello le servía para mucho, y lo que es peor, aquellos objetos sólo le servían para comprender. Pero Sapoman no sabía si deseaba comprender. Todo era muy loco, todo era muy crazy, tipo que nada, recién había escapado, muy herido, quemado física y emocionalmente, de la guarida de Los Avomitables, a quienes no había podido vencer, si bien había luchado estoicamente y había logrado carbonizar a un par de socios honorarios de aquella maligna secta, amén de haber incendiado también gran parte del Palacio de las Tetas. Pero, en su fuero íntimo, y en su adentro público, sabía que jamás los derrotaría, que Los Avomitables siempre renacen, siempre vuelven, a veces más fuertes, a veces ocultos en fachadas inofensivas, a veces en la piel de un político con buenas intenciones que se corrompe en poco tiempo, a veces en el rostro bello de una joven mujer que canta. No se sabe cuándo ni cómo ni dónde, pero siempre retornan a sembrar el mal entre la humanidad sin que ésta apenas lo perciba. Y Sapoman estaba condenado a comprenderlo, y no quería hacerlo. La ignorancia, se decía, es la puerta de la felicidad.
Salió del anticuario, y ya decidido a abandonar la lucha y dedicarse un poco a sí mismo y a sus seres queridos (que se reducían a Melisah y a Anplagued, en cualquier orden), se despojó de todas sus armas, esparció por el piso sus pertenencias más queridas, se quitó las ropas, y caminó por la avenida vacía, húmeda, apenas iluminada, que lo recibía como el vientre de una madre, como una especie de metáfora de retorno al útero materno, aquella calle oscura y húmeda no mostraba su final, y Sapoman entraba en aquel vacío sin paredes y sin límites. Decidió que lo esperaba una nueva vida, una nueva experiencia. Decidió partir de inmediato a Ouagadougou, y allí comenzar un nuevo futuro recuerdo junto a Anplagued, o junto a Melisah, ambas eran hermosas, maravillosas, amables y exóticas. Ya podía percibir aquel perfume de mujer simple y arjoniana, aquellas características notas frutales de melocotón y albaricoque del perfume que usa Anplagued, y una vaga sensación olfativa de mandarina que se agrega y refresca la composición, mientras que el almizcle blanco aporta cremosidad, como el que usa Melisah. ¡Ah! El perfume de la mujer, la máxima de las creaciones divinas del mundo.
Como por arte de magia, o como si la naturaleza se hubiera hecho eco de su nueva postura frente a la vida, en el Palacio de las Tetas se hizo silencio, cesaron las explosiones, los ladridos de los salchichas, las grotescas risas del Operador Veloz. Se hizo un absoluto silencio, sólo atravesado por la maravillosa melodía de la archiconocida canción “Qué jamones”, que brindaba sus últimos acordes a la atmósfera, que los propagaba.
Desde los tendidos eléctricos, donde circulaban millones de electrones a toda velocidad, yendo y viniendo por los cables de corriente alterna, gorjeaban unos mirlos, con un sonido propio del amanecer, cuando la luz del sol comienza a mostrarse roja en el horizonte negro.
Sapoman siguió caminando, sólo, alejándose para siempre de la guerra, en busca del amor.
Continuará…

ÚLTIMAS NOTICIAS