Página de cuento 760

Dos ferroviarios en apuros – Parte 3

Por Carlos Alberto Nacher
Cnacher1@hotmail.com

Decía que mientras recordaba las aventuras de la familia Karya, y los volcanes regurgitaban lava y la vomitaban, Abdul me seguía hablando, de su boca salían lanzadas las palabras al viento, como la lava de los volcanes.
“…no hay necesidad de llamar al Inadi por esto, aunque no puede ser que todavía existan semejantes animales, que lo único que hacen es molestar. Habría Que exterminarlos a todos, aunque no creo que sea del todo beneficioso, los didoménicos son el principal alimento de los probostres…”
Yo seguía pensando en la leyenda de Moussa Oumar y el teclado mágico, y prácticamente no presté ni la más mínima atención a lo que decía Zongo, su discurso era como el zumbido de un enjambre de avispas felites pasando a 20 metros de altura.
De pronto, casi a nuestros pies, es decir, a poco centímetros, desde debajo de la tierra, salió un montoya, furioso y enajenado, profiriendo maldiciones y procacidades, y tirando tarascones ciegos en dirección nuestra. Nos fuimos corriendo del lugar, y aproveché para correr en dirección opuesta a la del molesto Abdul Zongo y así perderlo de vista. En la carrera, mientras nos alejábamos, Abdul siguió revoleando el maletín y hablando: “…porque lo más importante hoy en día es no perder laaaaaaaaaa…….”
No llegué a escuchar el final del discurso, todo el ambiente se había convertido en un loquero, de nuevo por la vereda de enfrente pasaban los turistas portorriqueños, los volcanes seguían erupcionando, un bon-vivant se sentaba a beber de una botella oculta en su chaqueta amarilla, su yellow jaquet, el Montoya recién salido del infierno infraterrenal gritaba más, y como si esto fuera poco, apareció de la nada mi tía Helina Chola Chuva con un tralápago gigante de cuero rubio alrededor de su cuello, quien al divisarme de lejos me comenzó a perseguir al grito de “Anthony, maldito bastardo, devuélveme ya mismo la sopera-guisera enlozada marca alemana que te presté la semana pasada!!! ¡Mal sobrino, ya verás pecador!”
Corrí, corrí como loco, poseído por una fuerza que seguramente no provenía de mi mismo, sino de algún ente desconocido que me había alzado y ahora me llevaba prácticamente en el aire, lejos del montoya, de Zongo y de mi tía Chola,
Llegué a una bocacalle muy iluminada, en la ochava había una agencia de remises, podía ver en el interior hermosos especímenes de remises de dos, tres, cuatro, cinco y seis puertas, había Rieras, Ortegas V6y V8, y otros que a simple vista parecían automóviles.
Como por arte de magia se abrió la puerta de uno de ellos, y literalmente salté adentro del habitáculo designado a pasajeros, casi en el último instante de la carrera. Le espeté al remisero, a boca de jarrón, “Rápido, lléveme a la calle Alkoma Ibru número 343. ¡Apurate chabón!”
“¿Alkoma Ibru? ¿El sobrino de las hermanas Karya que pateaba para su propio arco?” “El mismo, lléveme allá y basta de meterse en la vida privada de nuestros próceres, por favor.”
El remisero arrancó, y en ese mismo instante mi tía Chola, Helina Chola Chuva, se lanzaba de cara contra el parabrisas delantero del remís, perdiendo dos piezas dentales en el golpe, un canino, un incisivo lateral y un primer premolar, dejando una estela de sangre en el vidrio empañado por el contraste entre el frío exterior y la humedad cálida del interior del vehículo. Esto se estaba poniendo como la mona.
Continuará…

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