Página de cuento 762

Kachavara For Ever – Parte 5

Por Carlos Alberto Nacher
Cnacher1@hotmail.com

Abrí la puerta y entré al edificio. El lobby no era muy llamativo pero sí muy acogedor. Estaba decorado con gigantescas plantas acuáticas y carnívoras, perilorums, poriliriums, armendariz, iturrietas, en fin, todas especies que fácilmente se podían adquirir en el vivero de Don Roque, pero no por eso dejaban de ser cautivantes. No dejaba de ser llamativa la capacidad de estas plantas de obtener el alimento directamente desde el agua, a la que diariamente se le agregaban peces carassius y telescópicos, y que servían de alimento a las carnívoras, que con sus raíces estrangulaban al pez hasta cortarles la respiración y ahí nomás ¡glup! se los tragaban. Sus tallos rojos, finos y lechosos, se adherían a las paredes de la recepción, aún más rojas, casi escarlatas, dándole una especie de efecto de bajorrelieve del infierno, los tallos dibujaban figuras cuasi diabólicas, pero el edificio en general se mostraba amigable, aunque un tanto agresivo para el visitador nuevo, de esta manera, decía una vieja creencia popular, se ahuyentaba a los pordioseros, los ladrones, los policías, los visitadores médicos, los vendedores ambulantes, los recolectores de residuos, los epilépticos, los parientes lejanos, los parientes muy cercanos, y, sobre todos, los molestos y violentos moyanos, siempre feroces, e inclusive los barraganes, miembros de la cuádruple A, una temible fuerza de choque sandinista que atacaba casi siempre después de la lluvia.
Pero las plantas no eran tan de temer, mucho más temibles eran los carassius y los telescópicos quienes, sabedores de su destino trágico en las garras enraizadas de las plantas, sobre todo de las insaciables armendariz, sometidos a una presión psicológica y a un estrés extremo, saltaban de las aguas de los piletones de crianza y se adherían como potentísimas sopapas vivas a la epidermis de quienes ingresaban al lobby del edificio con el cuello al descubierto, razón por la cual en la puerta se encontraba casi siempre, con su carrito, un vendedor de cuellos ortopédicos de acero inoxidable. Como siempre, el ser humano encontraba la manera de obtener un beneficio a partir de una situación forzada por el mismo ser humano, y ya que estamos, creo que vale la pena mencionar que esta barbaridad, en sus orígenes pergeñada por el Honorable Director Ciudadano Presidente del Consejo Directivo de Nuestra Ciudad, el Magister Doctor Ingeniero Assalamu Alaikum, inventor de locuras tales como la de emitir una ordenanza municipal que obligaba a la manutención de plantas carnívoras en los lobbys de los edificios, de quien se cree que amasó su fortuna criando carassius y fabricando cogotes ortopédicos metálicos, pero claro, qué se podía esperar de un inútil, indecente, incapaz que no ha sabido mejorar las estructuras socio-comunitarias pero sí ha mejorado sustancialmente sus bolsillos y los de sus acólitos, criadores de todo tipo de peces de colores, tropicales y no tropicales, y fabricantes de distintas prótesis entre las que se destacan los cuellos ortopédicos, las caderas ortopédicas, los hombros ortopédicos, las espaldas y tórax ortopédicos, todos dañados por el ataque certero a transeúntes inocentes, perpetrados por carassius amaestrados que saltan de la pecera apuntando con una precisión tal con sus bocas desdentadas pero provistas de una potentísima capacidad de pegarse a la carne humana, provocando unos chupones inverosímiles que siempre terminaban en una fuerte hemorragia externa e interna a la vez, con la consiguiente pérdida de jornadas laborales y el consabido lucro cesante, cosas que jamás iba a pagar el propio Assalamu Alaikum, que tiraba la piedra pero escondiía la mano, como buen ocultador de las realidades, y así se perdía el tiempo y los recursos, en vez de salir a perseguir a los insoportables moyanos, barraganes y, por qué no, también, a los cardetis.
Pero nada de eso me interesaba en lo más mínimo, yo tenía el pensamiento puesto en una sola cosa: llegar al departamento de Brigitte Mamadou y entrar.
Solamente allí me sentiría a salvo. Y no acá ni aquí ni allá ni más allá ni más acá de allá. Solamente allí.
Continuará…

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