Página de cuento 763

Kachavara For Ever – Parte 6

Por Carlos Alberto Nacher
Cnacher1@hotmail.com

Toqué timbre. La puerta se abrió automáticamente gracias al timbre detector de huellas digitales. En el interior, muy cerca de la puerta, me esperaba Brigitte. Espléndida, como siempre.
“Anthony, qué alegría verte de nuevo. Pero pasa, por favor, no seas tímido, que no te voy a comer. ¡Jajajajaja!” “Cómo estás Brigitte” Me acerqué, la abracé por la cintura y le di un besito en cada pómulo. “Para ti no pasan los años. Cada días se te ve mejor, más bella, más agradable, más adorable, más carranza que nunca. Te felicito, eres divina chuchi.” “Gracias Anthony, tú también te ves muy bien. Sin embargo, denoto en tu semblante una leve preocupación. Creo que estás en problemas doc. Ven, entra a mi recámara que te presento a estos dos compañeros de la secundaria que vinieron a visitarme.”
Brigitte me tomó de la mano y caminamos hacia la habitación que, por cierto, estaba muy poco iluminada. En la penumbra de la habitación pude descubrir, apenas, los rostros de los dos hombres secundarios (ex secundarios) que se encontraban acostados en la cama de Brigitte, tapados hasta el cuello por una frazada a rombos marrones. Brigitte habló:
“Anthony, deja que te presente a mis dos queridísimos amigos de la secundaria, los hermanos Andro y Max Ofori.” “Mucho gusto” “El gusto es mío” “Igualmente”.
Me acerqué un par de metros, extendí la mano y la luz de una vela que estaba muriendo en la mesita de luz me permitió asimilar visualmente los rostros de los hermanos Ofori. Eran dos caras cadavéricas, Andro tenía una barba sumamente raleada, muy negra, que se veía como pelusa acumulada debajo de la cómoda, cuando se pasa mucho tiempo sin barrer. Los ojos estaban tan adentro de la cara que casi no se veían, y la nariz tan encorvada y flaca, como la de una bruja de cuento de hadas. Las cejas, renegridas, medían fácilmente unos seis centímetros, y apuntaban hacia arriba. Max era exactamente igual, salvo que el pelo de la cara, las cejas y la cabeza era completamente blanco.
Andro tenía puesto un sombrero bombín, y Max usaba una vincha.
“Dime Anthony, cuál es tu problema, y no me niegues que esa es la razón de tu presencia en mi casa, a la que no vienes nunca, pero sí vas siempre al departamento de al lado, el quinto A, no lo niegues, no me mientas, porque en la soledad de mi vida, cuando nadie viene ni siquiera a visitarme, escucho tus característicos pasos y el golpeteo de tus dedos en la puerta de esa mujer siniestra a la que sueles frecuentar, esa tal Mahama Baye, pedazo de yegua, pequeña mujerzuela que recurre a los servicios sexuales de terceros, sin importarle herir los sentimientos de mi, su vecina, con la que comparte esta misma pared donde está este cuadro mentirosamente feliz, y yo, recostada en mi lecho, pongo una copa contra la pared y entre llantos y lágrimas de sangre te escucho platicando con esa maldita víbora, mientras espero que un día vengas a verme, acaso porque te equivocaste de timbre, acaso porque te mordió un carassius en la entrada. Pero no, tú siempre pasas de largo y golpeas en lo de Mahama, que no sé que le viste a esa mujer histérica, siempre con su asqueroso perrito coker spanish en brazos y su desabillé celeste, y sus medidas despampanantes, enfundada en un baby doll rojo pasión, y sus medias caladas y su lencería erótica que destacan llamativamente sus formas sensuales. Dime Anthony, ¿Cuál es tu problema?”
La habitación olía a azaleas, y la cabecera de la cama estaba decorada con un majestuoso óleo de la famosísima artista plástica Fatima Ibrahim, que representaba un campo sembrado de la hermosa flor de mirabelli, que sólo crece en los pantanos septentrionales, rodeado a izquierda y derecha por cipreses Leylandii y colmado de traseros blancos y olorosos.
“Esteeee…. Brigitte, yo vine porqueee….. Me olvidé.”
Continuará…

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