SEMBLANZA

Orquídeas para René

Por Marisa Rauta

Porque una flor es la mejor manera de rendir culto a la vida ante la muerte, ayer fui en busca de una orquídea. Conseguí una sola en todo Madryn, una Phalaenopsis morada, la que al fin y al cabo es la que representa la maravillosa intriga de la existencia más allá. No fue un capricho, fue un homenaje con significado.
La noche anterior, el cielo colombiano vio partir un alma del tamaño de la de René Sprunger, un enlazador de negocios aéreos, un acercador de destinos, pero sobre todo un excepcional ser humano, y por ello, un espécimen tan sofisticado y excepcional como la exquisitez botánica que nos une.
René Sprunger llegó a la Argentina con el nuevo milenio y demás está decir, que un jubilado suizo que no se queda quieto disfrutando las mieles de su retiro, ya es toda una rareza. Desembarcó con el grupo suizo SAirGroup que puso la lupa sobre los aeropuertos argentinos y en la multiplicidad de cosas por hacer. En ese marco, René, como titular de la consultora News Lines Latinoamericana -que incluía en el 2000 a Swissair como uno de sus principales clientes- se dedicó a asesorar aéreas mirando los cielos criollos con entusiasmo celta, imaginación helvética y precisión suiza.
Se convirtió en uno de los más activos asesores comerciales de la empresa familiar Andes Líneas Aéreas que comenzó en 2005, con el llamado de la audiencia pública donde participaron además de las grandes Aerolíneas Argentinas-Austral, Lan, que recién empezaban, y 17 empresas más. De esas 17 la única que al día de hoy sigue volando es Andes, con barquinazos, demoras, reducción de destinos y achique circunstancial, pero en vuelo. Como para dar idea de lo que cuesta mantenerse en este negocio en un país que no termina de sorprender y cambiar de reglas. Fue un enorme desafío que comenzó con vuelos a Salta, después Puerto Madryn, luego Jujuy, Tucumán, Córdoba, Mendoza y una serie de destinos que hicieron realidad el federalismo de las comunicaciones con una consigna apta para el bolsillo del vecino y la cartera de la dama: “Todos podemos volar”
Las 9 rutas desarrolladas en 14 meses, la cantidad de aviones en uso en vuelos de cabotaje e internacional, y la multiplicidad de logros que registraron al tope de su éxito comercial hace más de un año pasando de vender 200 mil a 800 mil pasajes, tuvieron que ver con el profesionalismo y dedicación de los 450 empleados de la aeronáutica, pero sobre todo con la de un asesor externo, que dedicó experiencia, capacidad y energía personal para que todo se simplificara y se hiciera realidad, en la compleja tierra gaucha que no necesariamente es tan libre, amplia y celeste y blanca como su cielo. Y ese fue René.
Para los que tuvimos el privilegio de conocerlo desde hace más de una década, su modo de integrarse y superar las barreras idiomáticas, idiosincráticas y culturales, fue posiblemente una demostración de lo que el profesionalismo permite, pero sobre todo lo que facilita la hombría de bien, el pensamiento positivo y la trazabilidad de metas.
Para René, la palabra “no”, no existía en ninguno de los diccionarios que bien manejaba en francés, alemán, inglés y español. Ni en romanche ni en otros dialectos que también chapuceaba con simpatía expresiva. Sencillamente porque para él siempre había una alternativa, y sólo era cuestión de tiempo (esa obsesión suiza), encontrarla.
El vínculo que René forjó con las comunidades que la aérea unió, fue fuerte, sincero y duradero. Por eso para muchos, es la despedida al amigo más que al CEO. Lector exquisito y extremadamente informado siempre, René logró una empatía de verdadera calidad. Aprendí de su mirada azul profundo que deploraba la traición y enaltecía la justicia. Que valoraba tanto una pieza musical de Othmar Schoeck, como una pegadilla en bernés de Mani Matter o un rock zambeado de Calamaro abajo del agua. Sencillamente porque René podía ir y venir por las relaciones más allá del tiempo, el espacio y las edades de aquellos con quienes se vinculaba.
Sabía mucho de muchas cosas, sobre todo de aviones, de seguridad aérea, de control de crisis masiva, de geografía vívida ya que había viajado por todo el mundo, pero sobre todo sabía lo que no sabía, como esos grandes sabios que trabajan por descarte y acotan improbabilidades. Alguna vez en una larga e interesantísima charla supe alguna que otra cosa de su vida personal, como el inmenso amor por sus dos hijos adultos exitosos y hombres de bien, y la inconveniencia de morar en dos continentes tan diferentes. También sobre su apasionamiento por la juventud y la imprevisibilidad que le significaban América y Argentina sobre todo, en contraste con la estructurada y certera Europa de su origen. Por eso de que lo que define a los seres es su humanidad, tal vez el dato más llamativo fue su rol de rescatista de montaña y nieve que cumplió alguna vez en la Suiza de sus amores, lo que me explicó bastante bien sus inminentes rasgos y capacidades de superviviente.
Pero lo que más me impactó definitivamente fue su confesión sonrojada por el apasionamiento que le propiciaba la variedad más misteriosa y más exquisita de la flora terráquea: la orquídea. Una rareza en flor americana de la que se cuentan más de 30 mil especies y cuya mayor condición no es precisamente su belleza indiscutible, sino la imaginación desplegada para sobrevivir en situaciones adversas desde hace millones de años, lo que les ha permitido ocupar el grado más alto de evolución dentro del reino vegetal.
Para René, esa sutil atmósfera de exotismo que rodea a las orquídeas era un mundo de posibilidades. Especies que agudizan el engaño y levantan vuelo a costa del préstamo de aleteos minúsculos de curiosidad utilitaria al fin y al cabo, y cuyas flores guardan formas humanas, de animales y de cosas, invitando a descubrirlas y describirlas. Pero sobre todo donde lo importante no es la flor en sí, sino, lo que provoca al ser vista, al ser pensada.
Además de contribuir a su cultivo en su austero jardín para evitar la extinción en que se encuentran, como los ´cazadores´ de orquídeas de la época de Darwin, René aprovechaba las escalas en las zonas selváticas de los países y las provincias a las que arribaba, para entregarse horas o aunque sea minutos a atraparlas en su mente y en su imaginación apenas con la mirada en viveros u orquidearios. Una pasión observadora tan respetuosa como impensada para este siglo de cosumismo, donde nada de eso nos llevamos, pero tampoco nada cambiamos para engordar el alma.
Nunca lo supe, pero lo intuí. Creo que para René, la intensa atracción que le provocaba esta flor era la similitud con la desconcertante existencia. Tal como lo pinta Roberto Artl en el cuento “Cazador de orquídeas” al hablar de esas hermosuras casi monstruosas: “Efectivamente, dudo que en el reino vegetal exista un monstruo más hermoso y repelente que esta flor histérica, y tan caprichosa, que la veréis bajo la forma de un andrajo gris permanecer muerta durante meses y meses en el fondo de una caja, hasta que un día, bruscamente, se despierta, se despereza y comienza a reflorecer, coloreándose las tintas más vivas”.
Por todo eso, ayer traje a casa mi primera orquídea, en honor a René, para ver como renace la vida enaltecida y creativa, una, y otra y otra vez. Para tratar de sentir más que entender, y para decirle ´Hasta la próxima primavera…y Adiós amigo!´

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