Página de cuento 770

Kachavara For Ever – Parte 13

Por Carlos Alberto Nacher
Cnacher1@hotmail.com

Nos movimos a hurtadillas hacia la oscuridad benévola y protectora de los arbustos nocturnos, pero de pronto el carassius que tenía atravesado en el cogote comenzó a succionar con muchísima fuerza de manera tal que producía un sonido gomoso, chupetinero, que resaltaba y se ubicaba en un plano sonoro por sobre las explosiones de los volcanes. “Basta Carassius” pensé, y le metí un soplamoco que lo dejó un poco afonsecado, aunque no por eso dejó de chupetear.
.”¡Escalantes e iturrietas! ¡Chola, nos están espiando!” Exclamó el maléfico Kabo Uago, sin soltar a mi tía Chola de la cintura y de sus gruesos glúteos, que estaban, al mismo tiempo, estampados y prácticamente clavados y adheridos como cámara de goma, como patito de hule, a las maderas separadas del banco placero. Muchos gorriones alzamenderos chillaban en la enramada a lo lejos.
“Maldición” gritó la tía Chola, “Kabo, ve ya mismo a verificar la veracidad de tus dichos, me trajiste aquí prometiéndome absoluta privacidad, y resulta que ahora alguien nos mira. Esto atenta contra mis principios básicos de convivencia, que consisten en decir una cosa pero hacer todo lo contrario, en actuar con bondad, solidaridad y ética ante los ojos de los otros pero ser una mujer perversa y ruin en realidad.” “Pero nosotros no estamos haciendo nada malo. Nos estamos besando en el parque, porque nos amamos, y eso es bueno. ¡El amor es bueno!” “¡Jajajajajajarararararajarajajajara! Pero mira que tienes un cerebro especializado en imaginar idioteces, Kabo Uago. ¡Andá ya mismo a ver quién otea allá!”
Una oleada de pánico me llenó por completo. Si mi tía Chola me llegaba a encontrar, no sabía cuál podría ser su reacción, luego de haber perdido media dentadura por mi culpa. La situación era compleja, me encontraba entre la espalda y la pared: si salía, me esperaba la lluvia de lava volcánica al rojo; si me quedaba, debería someterme a la furia descontrolada y asesina de la tía Chola. Y estaba preocupado, sobre todo por mi querida jefa Fatimota, que atesoraba en su dorso la fórmula que me haría famoso, feliz y millonario. Opté por enfrentar a la lluvia roja. Sin embargo, ya tenía encima a Kabo Uago, ese imbécil, que nos había encontrado gracias a los destellos anaranjados del carassius.
“¡Acá están Chola! ¡Ajá! Pero si es tu sobrino Anthony Katcharavacha, qué sorpresa, y muy bien acompañado, por cierto.” “¡Kachavara señor! ¡Doctor Kachavara!”
Ya lo tengo decidió: me quiero cambiar de nombre. Estoy cansado de llamarme Kachavara y que nadie, nunca, pueda pronunciar mi apellido correctamente, incluso mi padre. En cuanto pare la lluvia caliente voy a ir al ministerio de planificación identificatoria y voy a pedir que de ahora en adelante me quiero llamar Doctor Anthony Karararara, como mi bisabuela de la rama materna, la vieja Elizabeth Kone Karararara. Pero por ahora, mientras espero el castigo tan temido de mi tía Chola Chuva, tendré que seguir padeciendo mi actual apellido, Kacachavacha. Perdón, Kachavara.
Pero, volviendo al descubrimiento de Kabo Uago, salvo el apellido, el resto de lo que decía el estúpido Kabo era cierto: Fatimota tenía una belleza exótica.
Sin darnos tiempo a nada, la tía Chola se abalanzó sobre nosotros. Traté de cubrir y defender a la bonita Fatimota, que se mostraba tan atemorizada que podía, en ese momento, enamorar a cualquiera.. La tía me dio un tarascón en un antebrazo, pero por suerte me mordió con el costado de la boca que no tenía dientes. Salté, cogí una rama y con el otro brazo tomé a Fatimota, la tía se arrojó de nuevo, pegando con la dentadura que le quedaba contra un poste de iluminación de acero rápido al carbono no inflamable, perdiendo así el resto de la dentadura, quedándole la cavidad bucal como una sopapa gigante, mi tía se había convertido en un baboseante carassius, loco y gigante.
Teníamos mucho miedo.

Continuará…

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