Página de cuento 771

Kachavara For Ever – Parte 14

Por Carlos Alberto Nacher
Cnacher1@hotmail.com

Era una cómoda provenzal con secreter lo que había en la habitación de Brigitte, en el 5C del edificio de Aikoma Ibru. Hasta allí fueron a parar las dos, Brigitte y Mahama, mientras peleaban. Sobre la cómoda había una escribanía hermosísima, con cuero y tachas de alpaca, y un tintero lleno de tinta china. El tintero voló y fue a caer, boca abajo, sobre los rostros de las contendientes, lo cual provocó el fin de la pelea. Quedaron las dos exhaustas, recostadas contra la pared sur de la sala de estar, mientras los hermanos Ofori observaban todo y sacaban fotos.
“Esto es vergonzoso” susurró Brigitte. “Dos mujeres de mundo, finas, delicadas, bellas y deseadas por los hombres, peleándonos así, como dos funes desmemoriados, como dos figueroas sin alas, si hasta creo que fingimos los celos por este despreciable doctor Anthony, que tiene mucho más de despreciable que de doctor. Creo que deberíamos recomponer nuestra relación, mi querida Mahama.” “En efecto, dear Brigitte, my dear, para comenzar, te voy a acomodar el pelo, que está terrible. ¿Dónde están los ruleros?” “En mi recámara, junto al póster del Diego Stanislav Dubon, el cantante de catarrera, ese carilindo que tiene esa voz tan sensual para dominar a la perfección el estilo del catarrón centroamericano.” “¡Qué coincidencia Brigitte! A mi me encanta el catarrón, ¿la escuchaste a Madam Sindi, la negra más escamosa de todo el menguele latino? ¡Diosa!” “Qué bueno Mahama, esperá que voy a echar a los hermanos Ofori así charlamos más tranquilas las dos, sin que nos estén mirando estos dos avestruces desplumados. Jajajajaja. Mientras poné el agua así tomamos un café de eucaliptus mormón.”
Brigitte cogió a los Ofori del cuello del saco, uno con cada mano, pateó la puerta de entrada y los depositó en el pasillo. “Gracias por la visita muchachos, que Dios los bendiga y no se olviden de tomar las pastillas.” A lo lejos, en la semipenumbra del final del pasillo, se encontraba el agente secreto de la AIPA (Asociación internacional de pelotudos alegres) Azizan Coker, quien seguramente estaba agazapado esperando al Doctor Anthony, y cuál habrá sido su sorpresa al ver que Brigitte botaba con desprecio, no al citado Anthony, sino a estos dos energúmenos buenosparapoco, encima de seres parasitarios que se dedican a chupar la sangre del prójimo hasta extremos gasquetianos inverosímiles. Azizan suponía, digamos colijeaba, digamos imaginaba que esto era como pescar probostres en la bañera, pero nada que ver. Anthony era escurridizo, ya lo había demostrado antes en varias ocasiones. Tomó el teléfono celular, marcó un número desconocido y lo atendió alguien también desconocido, luego colgó, marcó otro número conocido y esta vez lo atendió Rin Kal el comandante de la fuerza AIPA, que era bien conocido por Azizan, ya que se trataba de su jefe inmediato superior. Entonces hablaron (en clave): “Hulu, jufu, mu purusu quu Unthuny su uscupú. Lu putu quu lus puruú” “¡Buluduuuu! Sus un pulutudu ulugru. ¡Undú u cugur!”
Brigitte cerró la puerta y, por fin, quedó a solas con Mahama.
“Ahora sí Mahama, cuéntame sobre esa maravillosa cantante afrosiberiana, Madam Sindi. Quiero escucharte hablar”
“Verás, adorable Brigitte, que mientras te cuento la historia, te voy a hacer un peinado con bucles grandes que caerán sobre tu rostro de líneas rectas y aguileñas, y ese contraste te hará ver más hermosa de lo mucho que ya eres. Y respecto a Madam Sindi, es una mujer como pocas que las hay, es un señuelo del amor, una self-made-woman, como diría mi primo Rigoberto Chuchú, una mujer de la que no pocos hombres se han enamorado en distintos momentos de sus vidas, y que a su vez ha amamantado a cientos de miles de seres humanos necesitados de un pecho generoso y fervoroso. Madam Sindi, en el apogeo de su carrera política y progenitora, decidió dejarlo todo para dedicarse al canto. Allí fue cuando abrazó de lleno la carrera de cantante. Comenzó cantando robledos en la iglesia de su barrio, para luego incursionar en el jazz electro-espermográmico, una variación de la danza zakakaka que bailaban antaño las tribus septentrionales del profundo Ordoñez bajo.”
Continuará…

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