EL CUPO DE GÉNERO LLEGÓ A LOS MUSEOS DE CIENCIAS NATURALES

Animalito e’ dios

Al pensar en un león, lo primero que surge es una tupida melena, pero, al menos la mitad de los leones que hay en la naturaleza no la llevan. Esto se debe, en parte, a que, en los museos de ciencias naturales, hay más que nada ejemplares machos.
En las colecciones naturalistas, el número de ejemplares machos supera con creces al de hembras. En la colección del Museu de Ciències Naturals de Barcelona (MCNB), por ejemplo, son machos el 60% de los mamíferos y el 54% de las aves, entre los ejemplares cuyo sexo está registrado. En la del Museo Nacional de Ciencias Naturales (MNCN), en Madrid, los porcentajes son del 53% y el 61%. Un estudio publicado el mes pasado en la revista ‘PRSB’ halló porcentajes del 52% y 60% en cinco grandes museos de Estados Unidos, Francia y Reino Unido.
Estos porcentajes se incrementan si se analizan los animales expuestos de los cuales se conoce el sexo. En Barcelona, por ejemplo, son machos el 72% de los mamíferos y el 67% de las aves.
Estas diferencias se dan incluso en fósiles, en huesos cuyo sexo no es evidente a primera vista. Un estudio publicado en la revista ‘PNAS’ el mes pasado halló un 75% de machos entre los fósiles de bisontes de varios museos de Europa y Estados Unidos, y un 64% entre los de osos. Estudios anteriores detectaron porcentajes similares en mamuts.

Dimorfismo sexual

No hay que rasgarse las vestiduras: estas diferencias no se deben a una especie de machismo naturalista. La explicación es el dimorfismo sexual, por el cual los machos son más llamativos en muchas especies, según Javier Quesada, conservador del MCNB.
«Normalmente, los machos son más vistosos para ser notados por las hembras y las hembras, más crípticas porque cuidan de los nidos», explica. «El origen de los museos son los gabinetes de rarezas, en los cuales se buscaban los animales más llamativos: es un tema más de estética que de biología», prosigue.
«Parte de las colecciones vienen de la caza: el trofeo que busca el cazador suele ser el macho. Por ejemplo, por la cornamenta del ciervo», coincide Ángel Garvía, conservador de mamíferos del MNCN.
Quesada observa que el sesgo no se da tanto en peces y anfibios, donde el dimorfismo sexual exterior es menor. En las rapaces nocturnas, donde la hembra es más grande, el sesgo es favorable a las hembras. Finalmente, el sesgo es mayor en las piezas expuestas que en el total de la colección, lo que refuerza la motivación estética.

El misterio de la comadreja

No obstante, hay casos más complejos. Por ejemplo, de la comadreja común, cuyo sexo apenas afecta a su apariencia, hay 24 machos y 3 hembras en Barcelona, y 50 y 18 en Madrid. Hay desequilibrio también en los en los fósiles, donde el sexo es visible sólo analizando el ADN.
«Lo más probable es que los machos sean más móviles; se mueren en espacios más extensos y es más fácil dar con sus restos», explica Graham Gower, autor del trabajo publicado en PNAS. La movilidad explicaría también el caso de la comadreja: los machos estarían más expuestos a ser capturados.

¿Sesgos machistas?

No obstante, también podría jugar un papel cierto machismo. «Los coleccionistas usaban un modelo científico hoy desmentido, según el cual el macho representa a la especie y las conclusiones del estudio del macho se aplican a la hembra», argumenta Londa Schiebinger, historiadora de la ciencia de la Universidad de Stanford.
«En algunos dioramas, el macho está en posición más elevada y erecta, sin razones biológicas», observa Rebecca Machin, curadora de los Museos de Leeds, que analizó este asunto en el Museo de Ciencias Naturales de Manchester.
«A veces, los rótulos dicen que un macho tiene muchas hembras, mientras en realidad son las hembras quienes eligen en esa especie. O describen a las hembras como madres y no a los machos como padres, en especies donde el macho cuida de las crías», explica Machin. También las motivaciones estéticas representan una elección hecha en el pasado, que no tiene por qué perpetuarse.

Sexo sin asignar

Gower alerta de que este asunto puede afectar a la ciencia que se hace en los museos. «Por ejemplo, los isótopos contenidos en los huesos se usan para estudiar la dieta de los animales. Pero machos y hembras podrían tener dietas distintas», explica. Eso afecta también a estudios sobre el contenido del estómago, la anatomía, la morfología, la parasitología, etcétera.
«Si tu pregunta se extiende a toda la especie, tienes que investigar machos y hembras», concuerda Quesada. Sin embargo, reconoce que en paleontología a veces hay solo uno o dos individuos para analizar.
Asimismo, fracciones importantes de las colecciones no tienen sexo asignado. En Barcelona, el 20% de los vertebrados de la colección y el 37% de los expuestos no lo tienen. En Madrid, el 43% de los mamíferos y el 65% de las aves de la colección no están sexados.

Problemas de percepción

¿Cómo afecta todo esto a los visitantes? «Si ves una sala llena de machos hermosos, tienes la sensación de que no merece la pena enseñar las hembras. Es importante tener la oportunidad de identificarte con lo que estás mirando», observa Machin.
Quesada y Garvía coinciden en poner el foco en el guion expositivo. «Si quieres ver la diferencia entre especies, comparar machos puede ser más didáctico, porque tienen rasgos más singulares. Si quieres ver la diferencia entre machos y hembras, tendrás que enseñar ambos sexos», ejemplifica Quesada.
«El público podría estar mirando una exposición con más machos que hembras sin saberlo y sin que el museo lo haga a propósito. Proporcionar esta información y rotar los especímenes podría ser suficiente», afirma Gower. «Quizás un día la gente será capaz de reconocer un mirlo hembra igual que sabe reconocer un mirlo macho», concluye Machin.

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