HISTORIAS CURIOSAS PARA CONTAR EN DÍAS DE LLUVIA

De pifiadas también vive el hombre

Por Javier Arias
javierarias@eldigito.com

Como diría la tía Eudoviges, algunos nacen con estrella y otros directamente estrellados. Porque si uno se equivoca seguramente tendrá que andar barriendo los vidrios rotos o escribiendo esquelas de disculpas, pero hay personas que gracias a sus errores han logrado enormes avances a la humanidad y a su propio patrimonio pecuniario.
Es que hay que tener fortuna para que un accidente se transforme de desgracia en un descubrimiento científico que revolucione la industria mundial, ¿no?
Como fue el caso de Charles Goodyear. Antes de su paso por este mundo el caucho se pudría de forma asquerosa dejando un aura de apestosa pestilencia, pero allá por el año 1839 a este buen señor se le cayó fortuitamente un compuesto a base de caucho y azufre sobre una estufa caliente descubrió, así, involuntariamente, la vulcanización del caucho y se hizo, como dicen los chicos ahora, rico mal.
O si no que lo digan los científicos de la villa galesa de Merthyr Tydfil, quienes en 1992 estaban ensayando con una nueva droga contra la angina de pecho, cuando en medio de las pruebas descubrieron que la misma tenía unos extraños efectos secundarios que afectaban la gravedad de ciertos miembros humanos. Y así, sin buscarlo, apareció esa pastillita azul que tanta felicidad le ha dado a la humanidad. Sí, querido lector, no se haga el pavote, estoy hablando del Viagra.
Otro descubrimiento fortuito fue el de los rayos X. Si bien varios científicos del siglo XIX ya habían estado jugando con los penetrantes rayos que se emiten cuando los electrones golpean un objetivo metálico los rayos-x no fueron descubiertos hasta 1895. Fue en ese año cuando el intelectual alemán Wilhelm Röntgen comenzó a realizar experimentos con unos tubos con el extraño nombre de Hittorff-Crookes y con ciertas bobinas denominadas Ruhmkorff, analizando los rayos catódicos. Jamás se me ocurriría, atento y fiel lector, ponerme a explicar acá a dónde quería ir a parar el bueno de Wilhelm con sus experimentos, lo que sí puedo contarle es que cierta noche al conectar su equipo por última vez se sorprendió al ver un débil resplandor amarillo-verdoso a lo lejos. Al acercarse a ese brillo descubrió que sobre un banco había quedado un pequeño cartón con una solución de cristales de platino-cianuro de bario. Apagó el tubo y vio como se oscurecía ese resplandor y al prenderlo se producía nuevamente. Más jugando que en un experimento académico fue alejando y acercando el cartón, le fue poniendo cosas en el medio y así comprobó que la fluorescencia se seguía produciendo, que los rayos creaban una radiación muy penetrante, pero invisible y que atravesaban grandes capas de papel e incluso metales menos densos que el plomo. ¡Voilá!
Lo del químico suizo Albert Hofmann fue menos denso, y decididamente más alucinógeno. En 1943, mientras investigaba compuestos químicos para inducir el parto, Albert, cuando tocó involuntariamente una mica de dietilamida del ácido lisérgico y se llevó el dedo a la boca, se tomó el primer ácido del mundo. Ese día descubrió dos cosas, la droga que haría furor en el rock de todo el mundo y, cuando fue a probar una dosis mayor, el mal viaje.
La historia de la penicilina es más conocida, el científico escocés Alexander Fleming investigaba la gripe en 1928, cuando se dio cuenta de que un moho azul-verdoso había infectado una de sus placas Petri, y había matado a la bacteria staphylococcus que cultivaba en él. Así fue como inventó una de las herramientas más poderosas de la farmacología universal. Ni más ni menos.
Otro artefacto que está en todas las cocinas de todas las casas –bueno, no de todas- y que fue también descubierto por un error involuntario es el micro hondas. El principio físico que mueve este artilugio gastronómico es la emisión de microondas o magnetrones y que inicialmente se utilizaba para alimentar a los radares aliados en la segunda Guerra mundial. El inconcebible salto entre delatar nazis a calentar tazas de café llegó en 1946, después de que un magnetrón derritiese una barra de caramelo que llevaba en el bolsillo Percy Spencer, ingeniero de la empresa Raytheon.
Y, continuando con las erratas de laboratorio, podemos incluir en esta categoría a los endulzantes artificiales, que han llegado a los labios humanos sólo porque los científicos olvidaron lavarse las manos. El ciclamato en 1937 y el aspartamo en 1965 son subproductos de la investigación médica, y la sacarina, de 1879, apareció durante un proyecto con derivados de la brea de carbón. Un asco, vea usted.
Para ir terminando, y como homenaje para todos los que de sus gazapos nos han regalado descubrimientos que han hecho de nuestra vida algo mejor, no podemos olvidar a aquella alma intrépida, seguramente algún marinero medieval que ante la orden de volver a agregarle agua al vino que se había destilado antes de de embarcarse –y así ocupar menos lugar en la bodega- decidió saltarse ese paso y se zampó al garguero esa delicada y espesa carga, dando honores al primer coñac de la historia.
En honor a ese entrañable lobo de mar, calentemos unos minutos la copa en la mano y brindemos por todos los errores que hoy nos alegran cada día.

Nota del autor: Datos extraídos de la página web http://www.erroreshistoricos.com/

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