HISTORIAS CURIOSAS PARA CONTAR EN DÍAS DE LLUVIA

De música vive el hombre

Javier Arias
javierarias@eldigito.com

Chan, chan, charán, chan, chan, charán… ¿Le suena? Con un poco de imaginación y algo de voluntad en una de esas ya está tarareando la marcha nupcial, ¿no? ¿Y a cuento de qué viene que ahora yo lo ponga a canturrear con el diario en la mano? Lo que pasa es que hoy, justo hoy, se cumplen, parece ser, ciento cincuenta y cinco años de la primera vez que esta composición fue tocada en público. Lo gracioso es que Felix Mendelssohn, el autor de la misma, nunca la pensó para una boda, sino que la escribió en 1842 como parte de un acompañamiento musical para la obra de teatro “Sueño de una noche de verano” de William Shakespeare. Para que se transformara en la obligada banda de sonido de todo casamiento que se precie se necesitó que la pequeña princesa Victoria de Sajonia-Coburgo-Gotha, hija de la reina Victoria de Inglaterra, la eligiera para entrar a la iglesia para desposarse, un 25 de enero de 1858, con Federico III de Alemania.
Otra composición clásica que acarrea un mal entendido histórico es la famosísima bagatela de Beethoven para piano conocida como “Para Elisa”. La cosa es que el genial compositor nunca la llamó así sino que algún copista trasnochado le pifió a la lectura de la dedicatoria, vaya uno a saber con qué grado de legibilidad original estuviera, y en vez de Elisa, la feliz elegida era Teresa, o sea, debería llamarse “Para Teresa”.
Otro genio de la música clásica fue, no hace falta que lo diga yo, Mozart. Cuenta la historia que Amadeus a los catorce años era ya un afamado genio precoz que viajaba con su padre para dar distintos conciertos por diversas ciudades y cortes europeas. Más o menos a esa edad, visitando la ciudad de Roma, fueron a la Basílica de San Pedro para escuchar un concierto en la Capilla Sixtina. La ocasión era más que interesante porque iban a interpretar el famoso Miserere, una obra de Allegri que estaba prohibida fuera del Vaticano, no se podía ni copiar la partitura para sacarla de esa ciudad estado. Pero justamente el genio de Mozart superó cualquier censura, después del concierto Amadeus la transcribió completa, luego de haberla escuchado esa única vez, nota por nota sin equivocarse en ninguna, haciendo que Allegri fuera conocido en el mundo y rescatado a la historia.
De todas formas, parece ser que para lograr ese estado de genialidad artística siempre uno tiene que tener una cierta dosis de locura. Como el caso de Manuel de Falla, quien tenía unas cuantas manías, especialmente una fuerte aversión a la suciedad, hasta el punto de tener que desinfectar personalmente con alcohol cada una de las teclas del piano en el que tocaba cuando daba un concierto, incluso llegó a desarrollar una tendinitis de tanto lavarse las manos. O el mismo Schumann, que de tan emperrado en emular a Paganini y su reconocido virtuosismo como pianista, llegó a atarse el dedo medio de su mano derecha para lograr una independencia obligada al resto de los dedos, lo único que consiguió fue una parálisis en su mano que, paradójicamente, acabó con sus sueños para siempre.
Otro loco de atar fue Jean-Baptistet Lully, quien murió por una gangrena en una herida que se hizo en el pie con un bastón que utilizaba para llevar el compás durante la interpretación de una de sus composiciones.
Sin abandonar el hilo de la locura, pero por senderos más místicos podemos mencionar a John Cage que buscando los límites quiso entrar a una cámara anenoica para hacer experimentos en un ambiente en el que no se produjera ningún sonido. Después de un buen rato Cage aseguró que a pesar de todo oía dos sonidos, uno grave y otro agudo. Para los científicos eso era imposible y le explicaron el sonido grave era su propia sangre y el agudo su sistema nervioso funcionando. John, entonces, llegó a la conclusión de que el silencio no existe.
Pero acercándonos mucho más en el tiempo, atento lector, y dejando de lado las alteraciones mentales, recordemos al gran Luciano Pavarotti, uno de los grandes tenores del siglo XX. Lo que pocos saben es que Luciano, durante todo el comienzo de su carrera no supo leer las partituras que debía cantar. Tan emperrado estaba en decir que era demasiado viejo para aprender que se había ideado un sistema de símbolos y colores propios para indicar los ascensos y descensos en la melodía.
Para terminar y dejarlo disfrutar tranquilo de la playa, fiel y querido lector, le dejo esta duda, sabiendo que Mozart y Hayden habitualmente se juntaban para jugar a las cartas, y en vez de apostar dinero, lo hacían con partituras propias, las Bodas de Fígaro o La Flauta Mágica ¿de quién serán realmente?

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