Página de cuento 780

Kachavara For Ever – Parte 23

Por Carlos Alberto Nacher
Cnacher1@hotmail.com

Entre ensueños, bajando las catacumbas del Palacio del Buen Comer y el Buen Beber, entre paredes de rocas húmedas y mugrientas, abriendo puertas podridas de goznes que chirriaban a cada sacudida, así llegaron a una estancia oscura, tenebrosa. Se encontraban justo debajo del edificio del Ayuntamiento, donde el Honorable Director Ciudadano Presidente del Consejo Directivo de Nuestra Ciudad, el Magister Doctor Ingeniero Assalamu Alaikum, legislaba leyes, decretaba decretos, ordenaba ordenanzas, arbitraba arbitrariedades, ejecutaba ejecuciones, sumariaba sumarios, deliberaba deliberaciones, y asumía con entereza, con confianza, con seguridad, con don de gente y un afiladísimo sentido común, su condición de prócer, de gentilhombre, de líder de masas, y todo eso, exhibiendo como una de sus principales características, su pusilanimidad, su absoluta falta de criterio, su debilidad extrema frente al corrompedor, al estafador, al coimeador. Este hombre era una verdadera lacra que llevaría a la ciudad a la desaparición mucho antes y con mucha más fuerza que los volcanes de las hermanas Karya, a pesar de que en los últimos instantes y en los momentos mismos en que se están escribiendo estas líneas, han multiplicado su actividad, produciendo unas explosiones terribles, que por algún efecto de la resiliencia sonora, de la empatía que se produce entre el aire de la atmósfera, las rocas ígneas de los Karya y las rocas que forman el lecho de rocas que están por debajo del humus o tierra fértil en el área donde fuera edificada nuestra ciudad, llegaban con absoluta nitidez al aparente sótano donde se encontraban Anthony, Fatimota y el Concho López. Perfectamente se podían oír, como si fueran en el cuarto contiguo, a las exhalaciones de las hermanas Karya, que se mostraban furiosas, quizá por el renuncio de algún otro mitológico marido al que debían asesinar. Y agregado a este ruido aterrador, también se podía escuchar a la perfección al inútil de Assalamu Alaikum, que se encontraba hablando por teléfono justo en ese momento, y a esas altas horas de la tarde, con Su Señoría Lassine Dyawara, una vieja decrépita, fumadora y lasciva que controlaba todo desde detrás de su escritorio de madera telagorri, sazonada con formio verde y tronco de cerezo, una combinación exclusiva sólo para elegidos y poderosos, como lo era esta venerable anciana de porquería que, según se decía, acostumbraba contratar efebos jóvenes, faunos musculosos y sudorosos, para que le practicaran todo tipo de movimientos no comprobados, pero muy conversados por los sindicalistas de derecha, los líderes de la oposición en ese preciso momento. ¡Jajajajaja¡ sonreía Anthony, con la boca entrecerrada, mientras escuchaba aquella animada charla telefónica, entrecortada por las explosiones violentas de los volcanes: “… Verás, mi estimadísima Lassine, no se encuentran ni los espacios ni los tiempos para trabajar estas cuestiones, si bien necesitamos una herramienta de legitimación fundamental y tenemos un punto de convergencia, no creo que esto sea un puente para posibilitar un diálogo que nos implique estar todo el tiempo reflexionando. Hay que articular, revisitar las prácticas, diseñar en forma colaborativa y corresponsable la trayectoria integral de cada uno de los elementos de nuestros ciudadanos y así sostener el desarrollo profesional a partir de la formación de comunidades de aprendizaje. Para ello, es imprescindible eliminar toda la gelatina y bajar los ingredientes, encontrar a los ositos, comerse todos los chocolates, eliminar la miel de una vez por todas, y así llegar a nuestro objetivo fundamental: pasar el maldito nivel 168.” Toda esta charla seguía y seguía, hasta que Fatimota no pudo más y exclamó: “Estoy sumamente irritada, embroncada, lacerada como persona y ciudadana con esta sarta de impresentables codiciosos de poder que atacan despiadadamente al pueblo”. Pero la evolución sonora era recíproca. Sorprendido por aquella exclamación, Assalamu Alaikum apartó el receptor telefónico de su oreja, miró consternado hacia la nada y dijo “¿Escuchaste eso, querida Lassine? ¿Qué e lo que e eso?”
Continuará…

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