Página de cuento 783

Kachavara For Ever – Parte 26

Por Carlos Alberto Nacher
Cnacher1@hotmail.com

Anthony se encontraba entre la espada y pared, acosado a ambos flancos de la avenida Lalolu, por un lado el monstruo, la criatura del averno, su tía Chola, una mujer de armas tomar, de armas beber, que no limitaba su furia contenida, no la contenía, antes bien, la descargaba contra su malaventurado sobrino Anthony, un ser padeciente, encerrado en su mundo interior lleno de creatividad inconclusa: un incomprendido, que ahora depositaba toda su esperanza en la espalda de su amada Fatimota, su ex – jefa devenida en compañera de andanzas y aventuras, en su espalda y en la fórmula de la felicidad, allí escrita.
Por el otro, sus dos amantes, Brigitte y Mahama, que se encontraban en un incipiente diálogo con el fracasado Arthur Amani Abdelnour, arrojado al piso, sucio, mojado por el agua de la zanja y quemadas sus ropas por una finísima lluvia de calcáreo y áridos al rojo vivo.
“Escúcheme buen señor” – comenzó hablándole Mahama al caído Arthur – “Usted no se encuentra en una posición demasiado cómoda como para afrontar su realidad. Debería ponerse de pie, acomodarse la ropa, el pelo, mirarme a los ojos y decirme algo. Usted es un caldo de cultivo para la risa irónica del mundo, y peor aún, para la indiferencia hiriente de dos damas sensuales como nosotras. ¿Oia? ¿Y ese tremendo chorizo de dónde salió?” “Se me escapó de la valija al caerme. Es un obsequio de mi santa madre. Quizá el último” Respondió lacónicamente Arthur, con la vista baja, mientras por la misma vereda pasaban a la carrera, y esquivando todo, el equipo titular de Narigo-Ball con Orejeras del Club Social y Deportivo Alabardes López, precursor de este noble deporte en nuestra ciudad.
El Narigo-Ball era un deporte muy popular en nuestra ciudad, que habitualmente se disputaba a los pies del los volcanes de las Hermanas Karya, que lo observaban todo desde arriba con mucha atención. El campo de juego era un rectángulo irregular minado de piedras graníticas calientes, el suelo normalmente superaba los 130 grados centígrados, dada la proximidad de la madre de todos los magmas, por lo que los jugadores, para evitar quemaduras y caer derrotados sobre la lava incandescente, debían saltar en puntas de pies o con los talones (se habían desarrollado distintas técnicas de salto) durante todo el partido. Se jugaba con una pelota de piedra perfectamente esférica llamada boleadora, en honor a una vieja y a esta altura ya desconocida práctica de caza de cuadrúpedos con, valga la redundancia, piedras esféricas atadas con una soga, las que eran revoleadas y lanzadas a los pies de los animales. Este balón, de un kilo y medio de peso, era manejado exclusivamente con la nariz de los jugadores, quienes para obtener un mejor rendimiento, se hacían operar el órgano olfativo, el cual era ampliado y estirado a punto tal de desarrollar una nariz de tamaña grandeza que incluso podía colgarse ropa en ella, y ponerla a secar, o bien podía ser utilizada para hacer flexiones. Los players dominaban la comba, el efecto, el shot de cul, la picada, la pavota, la dormida, la tonta, la boba y otras formas de golpear y narigulear al balón, incluso narigo-fantasías que le hacían muy bien al espectáculo, como la de hacer jueguito pasando la piedra de una fosa nasal a la otra sin que se caiga, o hacer girar a la piedra sobre su eje, a gran velocidad, en la punta de la nariz enjabonada. Pero lo más importante para la tribuna, que saltaba durante todo el partido por las mismas razones calóricas que hacían brincar a los jugadores, era anotar, marcar, y ganar, cualquiera fuera el medio o el precio. No valía tocar la pelota con las orejas, eso representaba una grave falta que era penada con un tiro libre sin arquero (único jugador que podía orejear la pelota). El nariguetazo libre era muy buscado por los players, y muchos de ellos, adrede y sin la menor ética deportiva, disparaban fuertes narigueadas ex profeso a las orejas de los rivales para obtener un buen nariguetazo a favor. La inserción de la nariz en la oreja del contrincante también era una grave falta, y más si el jugador descargaba su mucosidad en la trompa, en el oído medio, el tímpano, el trombón en si bemol o en el yunque de la oreja rival, lo cual provocaba sorderas crónicas que impedían luego escuchar algunas cosas. Tampoco valía estornudar en la cara del adversario. El narigol era muy festejado por las parcialidades, que tiraban estiércol a la cancha a modo de premio a sus equipos; el estiércol que caía al piso estaba fresco, y era un oasis que aprovechaban los players, que inmediatamente lo pisaban, descalzos, para enfriar un poco las plantas de sus sobrecalentados pies. La ANA (Asociación de Narigo-ball Anarquista) tenía mucho prestigio y se decía que, en parte, influenciaba en los destinos de nuestra ciudad y en las obtusas decisiones de nuestro gobernador, el impresentable Honorable Director Ciudadano Presidente del Consejo Directivo de Nuestra Ciudad, el Magister Doctor Ingeniero Assalamu Alaikum.
Continuará…

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