CAPÍTULO 1: EL GRAN PARTIDO

Una vez más

Por Alejandro Lodes

Con 23 años de edad era uno de los delanteros del equipo de mis sueños. Toda mi vida me había entrenado para ser un jugador de fútbol profesional, y después de un tiempo me salía de forma natural. En la cancha es importante ver que, cuando no te sale una jugada, alguien va a estar para recuperar la pelota. Y que con una simple mirada se entiende “Pasámela que se me ocurrió algo para avanzar”.

Desde la tribuna nos gritan, alentándonos, para que ganemos el partido y llevemos el equipo a la zona de ascenso. Los hacemos sentir que ellos son los que están jugando, que respetamos este escudo y colores por encima de todo, que solamente no empujamos una pelota hacia el otro lado de la cancha. Hacemos movimientos de ajedrez, respiramos el césped, luchamos como gladiadores, y hacemos arte con nuestros botines.

Era el penúltimo partido, estaba empatado y sin goles. Intentamos hacer nuestra magia sin éxito y, como sucede siempre cuando el partido se pone interesante, suena el silbato indicando el mediotiempo. Descansamos manteniendo la concentración, escuchamos al director técnico con los ajustes, y caminando hacia la cancha nos dice “¡Vamos equipo, aplaudan a la hinchada que vino a verlos ganar, hoy es nuestra noche!”.

La tribuna está en llamas y saltando de locura, no corre viento y el cielo está despejado. Miro a mis compañeros y les digo “¡Es el momento perfecto para un gol!”. El silbato suena y la pelota se pone en juego una vez más. Siento la euforia del momento, sigo corriendo hasta llegar a mi posición de ataque. Ya estaba en marcha la jugada que habíamos practicado en la semana, y recibo un pase a pocos metros del área rival.

El tiempo se pone en cámara lenta, la pico engañando al arquero y no llega a atraparla, siento los latidos mientras sigo el rumbo de la pelota. “¡Está por entrar, ese tanto nos pondrá en la victoria!”. El sol encandila mis ojos, no veo el momento final. Siento que algo se rompe con el último paso y caigo desplomado hacia el suelo. La gente grita de alegría, el árbitro señala hacia la mitad de la cancha, y mis compañeros corren hacia mí para festejar.

La pasión de la gente y el grito de gol hicieron que intente pararme, pero no pude hacerlo y me tuve que dejar caer. Mis compañeros, que se acercaban corriendo, empezaron a mirarme y asustados hicieron señas para que ingresen los médicos. La adrenalina no deja que me preocupe, y estando tendido en el suelo rogaba no escuchar las palabras “Hay que operar”.

Cuando creíste que eras especial, viene la realidad y con una trompada te despierta de tu hermoso sueño dorado. No era la primera vez que algo le sucedía a mi tobillo, y esta vez me había lastimado a mí mismo, no había alguien para culpar. No voy a negar que estuviera contento por mi décimo noveno gol, aunque no pude evitar ver a los médicos y sus caras cuando me llevaban en camilla hacia los vestuarios.

Capítulo 2

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